—¡Guá, guá, guá!– lloraba el bebé Alexander–. ¡Guá, guá, guá!

—¿Qué le pasa a tu hermanito? –susurró Pepe al oído de Katie.

—Creo que tiene hambre –Katie se volteó hacia el bebé Alexander, quien estaba en los brazos de su mamá.

—¿No es adorable? –el papá de Katie suspiró de amor–. ¡Y vos sos una hermana muy buena, Katie! –dijo luego dirigiéndole una mirada llena de agradecimiento y orgullo.

—Pepe, ¡espero que hayás disfrutado el almuerzo que Katie y su padre nos prepararon hoy! –la madre de Katie le guiñó un ojo.

—Sí… ¡estaba delicioso! ¡Muchas gracias! Eh… pero mejor me voy, papá probablemente me está esperando en casa para ayudarle a plantar en nuestro jardín unas flores que le compramos a mamá el otro día. ¡Espero que el pequeño Alexander se sienta mejor pronto! –Pepe se despidió con la mano, y también muy preocupado, miró de nuevo al bebé.

—No te preocupés –le aseguró Katie–. ¡Él también quiere almorzar! ¡Espero que tengás una buena tarde plantando las flores! –Katie le sonrió y lo acompañó hasta la puerta.

Mientras caminaba de regreso a casa, el recuerdo del bebé Alexander llorando hizo que Pepe se sintiera muy triste. Decidió sentarse un momento antes de entrar en su casa. Necesitaba pensar en lo que realmente le preocupaba a su corazón.

Entonces empezó a hablar consigo mismo: —Pobre bebé Alexander… todo lo que tiene que vivir… el llanto es sólo el principio. ¡Ay! Tantas tareas escolares, aprender a comer verduras, sobrevivir a los matones, romperse una pierna, visitas al dentista, ser rechazado por los amigos…

Cuando lágrimas de dolor comenzaron a formarse en los ojos de Pepe, ¡puf!, los Tres Mosqueteros se hicieron visibles.

—Cada vida es preciosa y valiosa, ¡sí! –Jesús comenzó a cantar.

Pepe le puso atención en silencio.

—Cada vida tiene un propósito en este mundo, ¡sí! –Jesús continuó cantando.

Pepe sintió que amor lo rodeaba.

—Pepe, –habló el Espíritu Santo–, recordá que cada vida humana es la obra o “hechura de Dios, creada en Cristo Jesús para buenas obras, que Dios dispuso de antemano para que [todos las pongan en práctica].” (Efesios 2:10)

—¿Qué? –Pepe estaba desconcertado–. ¿Querés decir que incluso un pequeño bebé ya tiene una misión en la vida?

Los Tres Mosqueteros sonrieron. Luego, el Padre dijo:  —Hice (a nuestra imagen) a cada persona de este mundo, nacida y no nacida, y ¡amo a cada una de ellas! Además, les he dado a todos un propósito para este mundo.

—¿A mí también? –Pepe lo interrumpió.

—Sí, a todos los seres humanos, ¡a todos! –el Padre miró a Pepe lleno de amor–. ¡Toda vida es sagrada!

—¡Increíble! –exclamó Pepe–. Pero, ¿qué pasa con las dificultades? ¡Esta vida podría ser muy difícil también! ¡Muy difícil!

Entonces Jesús dijo: —”Nunca te dejaré, jamás te abandonaré”. (Hebreos 13:5)

Pepe se perdió en sus propios pensamientos…

Para romper el silencio, el Espíritu Santo comenzó a tararear: —¡Ay, cuánto les amamos! ¡Ay, cuánto les amamos! ¡Ay, cuánto amamos a todos y cada uno de ustedes, nuestros preciosos!

—¡Nos amás locamente, Dios! ¡Muchas gracias! –Pepe sonrió. Luego añadió: —Ey Jesús, ¿podés enseñarme esa canción que estabas cantando? Quiero enseñársela al bebé Alexander la próxima vez que visite a Katie.

Y de repente, un coro de ángeles se unió también a la canción, y cantaron tan fuerte y hermoso que Pepe estaba seguro de que cada criatura viviente estaba escuchando.

Citas bíblicas relacionadas con el cuento:
Jeremías 1:5
Génesis 1:27