22. Pepe nunca tiene suficiente

—¡Ay! –Pepe gritó de dolor cuando unos libros pesados que cargaba en las manos cayeron en su pie–. ¡Ay! ¡Ay! –continuó.

—¡Shh! –la bibliotecaria le pidió silencio.

—¿Estás bien? –Ana, una de las amigas de Pepe y ávida lectora, acudió a su rescate.

Pepe no respondió. Su mente había volado a los acontecimientos vividos durante la semana. Le parecía que nada estaba saliendo como él se imaginaba y hubiera querido. El lunes, había acabado enfermo por haber comido muchos tazones de helado en la heladería a la que le llevó su tío.  El miércoles, no había obtenido todos los regalos que esperaba recibir en su fiesta de cumpleaños. Y ahora, le dolía un pie sólo porque quería llevar en préstamo suficientes libros para leer y ganar, así, el mayor número de premios posible en el concurso anual de lectura de la biblioteca.

Pepe recapacitó, y le respondió a Ana con voz malhumorada: —¡No! No estoy bien. Pero no importa porque ahora tengo que llevarme todos estos libros –su comportamiento fue frío e indiferente.

Ana se preguntó qué le pasaba a Pepe. Recordó que él tampoco parecía muy feliz en su fiesta de cumpleaños.

Mientras Pepe caminaba hacia el mostrador de la biblioteca, donde se sacan los libros en calidad de préstamo, tropezó con un escalón por no poner atención a su entorno. Pepe estaba muy distraído con la obsesión de ganar muchos premios. 

—¡Ay! –Pepe se tambaleó, pero sujetó con fuerza la torre de libros que llevaba.

—¡Shh! –la bibliotecaria le pidió silencio.

Ana se acercó de nuevo a Pepe y le ofreció amablemente: —Puedo ayudarte a llevar algunos de esos libros…

Pepe se volteó hacia ella con una expresión de desconcierto: –No lo entiendo Ana… hace un momento no fui amable con vos, y ahora estás aquí de nuevo.

—El Espíritu Santo me susurró al oído que hoy necesitás mucha ayuda –respondió Ana.

—¿Vos también conocés a Los Tres Mosqueteros? –Pepe se asombró.

—¡Shh! –la bibliotecaria le recordó a Pepe que bajara el tono de la voz.

—¡Ta-da! –Los Tres Mosqueteros exclamaron alegremente mientras se hacían visibles.

–Sí, ¡ella nos conoce! –respondió Jesús alegremente, mirando a Ana con ternura.

—Jesús, bajá la voz o la bibliotecaria pronto te dará un “shh” –susurró Pepe, y luego miró hacia la señora Loreto.

—Ja-ja, no te preocupés… sólo ustedes dos pueden vernos o escucharnos ahora –Jesús le guiñó un ojo.

El Espíritu Santo empezó a silbar una melodía, y luego le añadió un verso que cantó varias veces: —Los codiciosos lo quieren todo, y nunca están satisfechos [Job 20:20]. Mientras cantaba y silbaba, sus ojos miraban hacia la pluma azul que sobresalía de un lado de su sombrero café.

—¿Qué se supone que significa eso? –preguntó Pepe enfadado.

El Espíritu Santo miró a Pepe a los ojos y simplemente le dijo: —Los codiciosos lo quieren todo, y nunca están satisfechos [Job 20:20].

—Eso no es cierto…–Pepe habló entre dientes. Luego reaccionó y dijo cabizbajo: —Supongo que tenés razón… y por eso me he convertido en un monstruo feo…

—A menudo nos olvidamos de estar contentos, y agradecidos, por lo que tenemos… –dijo Ana pensativa.

La señora Loreto se acercó a los niños: —Me alegro mucho de que ustedes dos estén teniendo una gran conversación, sólo recuerden mantener la voz baja ya que otros niños están intentando leer aquí.  

Ella miró el salón lleno de niños que tenían los ojos fijos en los libros. Luego se volteó a Ana y a Pepe y les dio una dulce sonrisa, después de la cual, volvió a su trabajo de colocar algunos libros en los estantes.

—¡Te lo dije! Ella no puede vernos ni oírnos ahora –dijo Jesús–. ¡Pero nos conoce y también estamos con ella! –la cara de Jesús irradiaba amor.

El Espíritu Santo abrió los ojos del corazón de Pepe e inmediatamente el niño pudo ver con claridad. Pepe, cabizbajo de nuevo, comenzó un monólogo entre sollozos: —¡Debería haberme conformado con solo un tazón de helado, y haberlo disfrutado! Ah, ¡y debería haberme conformado con el amor de mis padres que me regalaron esa maravillosa fiesta de cumpleaños en el restaurante con mis amigos! ¡Lo arruiné todo! ¡Lo arruiné todo!

—Pepe… –El Padre quiso consolarlo, pero Pepe continuó llorando.

—Y, y… ¡estoy cansado de leer todos estos libros! ¡Ni siquiera los estoy disfrutando! ¡No sé por qué me empeñé en conseguir tantos premios! ¡No he podido montar mi bicicleta, ni he pasado tiempo con mis amigos! –el llanto de Pepe se hizo más fuerte.

La señora Loreto miró desconcertada a Pepe y a Ana desde su escritorio, donde estaba ayudando a algunos usuarios de la biblioteca.

—Vamos afuera, Pepe –sugirió Ana y cogió los libros que llevaba Pepe. Antes de salir de la biblioteca, dejó todos los libros sobre una mesa para que luego fueran guardados en los estantes.

Los Tres Mosqueteros salieron con los niños.

Una vez afuera, Pepe no pudo evitarlo y volvió a llorar en voz alta: —¡Lo he arruinado todo! ¡Me volví muy codicioso! ¡Soy todo un avaro!

—Bueno… me alegro de que lo veás claro ahora, Pepe –dijo el Padre con cariño–. Sin embargo, quiero que también recordés nuestra gracia.

Jesús abrazó a Pepe y sus sollozos cesaron: —El contentamiento, o satisfacción, es disfrutar de lo que obtenés de nosotros, Los Tres Mosqueteros. Esta actitud también te ayudará a ver lo que es importante en la vida.

—¡Quiero bailar como alabanza de agradecimiento por todas tus bendiciones en mi vida, Dios! –Ana interrumpió, y comenzó a mover su cuerpo al ritmo del viento que soplaba.

—¡No sabía que te gustaba bailar, Ana! Creía que sólo te gustaba leer –Pepe estaba asombrado.

—¡Sorpresa! –le sonrió Ana.

—¡Pepe! ¡Ana! Vuelvan acá, voy a tener una rifa… ¿quieren participar? –la señora Loreto los llamó desde la puerta de la biblioteca.

Los niños se miraron, sonrieron, y corrieron hacia la biblioteca. Los Tres Mosqueteros les soplaron un beso, y lentamente desaparecieron de la vista.

Citas bíblicas relacionadas con el cuento:
Proverbios 11: 24
Lucas 12: 15
Salmos 147: 7

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