17. Pepe y el León de Judá

—¡Ahhh! Ahhhhh! –gritó Pepe mientras corría escapando de las hienas hambrientas–. ¡Socorro! ¡Auxilio! –las piernas le dolían de tanto correr por el terreno difícil de la sabana. El calor lo oprimía y lo aplastaba en la derrota. De repente cayó al suelo, y estaba tan agotado que no se pudo levantar. 

—Este es el fin –pensó–. Las hienas me comerán de almuerzo. Pepe cerró los ojos, esperando el momento doloroso…

De repente, un fuerte sonido partió el aire: —¡Groarrrrrrr! ¡Groarrrrrrr! ¡Groarrrrrrr!

Pepe abrió los ojos y observó al león más hermoso y majestuoso que había visto en su vida. El león estaba de pie junto a él y rugía a las hienas. Su rugido era tan potente que las hienas huyeron rápidamente asustadas, corriendo para salvar sus vidas. Era extraño, pero Pepe estaba en paz a pesar de tener ese enorme y feroz león a su lado.

Pepe sintió una energía sobrenatural en su cuerpo y pudo levantarse del suelo. Notó que los grandes y verdes ojos del león lo miraban. Estaban llenos de amor y paz. Pepe estaba asombrado pues no sentía miedo.

Pepe entonces vio también una multitud de niños que se acercaban juguetonamente al león mientras cantaban:

León de Judá,
majestuoso, poderoso y eterno Rey.
León de Judá,
majestuoso, poderoso y eterno Protector.
León de Judá,
majestuoso, poderoso y feroz en el amor.
León de Judá,
no hay nadie como Vos.

Los niños rodearon al León con grandes sonrisas en sus rostros. Y mientras seguían cantando su amor por Él, algunos lo abrazaban, otros acariciaban su melena o su lomo, y otros lo besaban.

Pepe sabía que el León había salvado su vida de las hienas. Pepe también sabía en su corazón que el León había salvado, y estaba protegiendo del mal, a todos esos niños. 

No se había dado cuenta antes, pero el León tenía una corona dorada en la cabeza con una pluma roja que salía de ella.

—Esa pluma me resulta muy familiar… –pensó Pepe desconcertado, pero tenía muchas ganas de unirse al canto y al juego con el León–. Es como… Es como mis amigos ¡los tres mosqueteros!

De un sobresalto, Pepe despertó. —¡Qué sueño tuve! ¡Fue tan real! –pensó Pepe, con su corazón latiendo todavía aceleradamente.

—¿León de Judá? –Pepe recordaba haber oído algo sobre ese León en alguna parte. Después de unos segundos, saltó emocionado: —El León tenía una corona de oro con una pluma roja, ¡sí! ¡Jesús! ¡Ese eras vos!”

Pepe corrió a buscar su Biblia, y sus apuntes de estudio de la Biblia que había tomado el domingo anterior en la iglesia y se sentó a leer durante un largo rato.

—¡Por supuesto! –Pepe vio todo claro.

—Me alegra saber que estás entusiasmado con algo –exclamó el padre de Pepe–. Pero… ¿ya desayunaste?

—Papá, papá… el León de Judá, ¡es una imagen de Jesús! –Pepe no pudo contener su emoción–. ¡Jesús nuestro Rey eterno, poderoso, majestuoso, protector y feroz en el amor!

—Bueno –sonrió el padre de Pepe–, y no olvidés también que de la línea de Judá salió el Rey David y todos sus descendientes que gobernaron Israel. ¡Y Jesús viene de esa línea!

—¡Increíble! ¡El Rey Jesús es en verdad poderoso! –Pepe se perdió en sus pensamientos.

—Ejem, ejem –interrumpió el padre de Pepe–. No olvidés tu desayuno.

—Papi –se volteó Pepe, muy serio, hacia su padre–, ¡qué terrible será para los que se enfrenten, o vayan en contra del León de Judá! No les irá bien.

En ese momento, Pepe oyó claramente, en su interior, el rugido de un León real, poderoso, majestuoso que protege, defiende y hace avanzar su Reino.

Citas bíblicas relacionadas con el cuento:

Apocalipsis 5: 1-5 
Mateo 1: 1-17
Génesis 49: 8-10

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