—La-la-la-la-la… –Pepe cantaba felizmente mientras entraba a su casa. Venía de la biblioteca, y traía con él libros sobre insectos, pájaros, árboles e ideas para acampar. Y pensaba también en la hoguera increíble que ayudaría a encender por la noche, pues Pepe y sus padres tenían planes de ir a acampar el fin de semana con algunos de sus vecinos en un parque cercano, y Pepe había estado esperando ese día durante semanas.
De repente, sintió una terrible picazón. Se rascó y vio un bultito o ampolla. Luego le picó dos veces más…luego tres… ¡Uy! ¡Varios bultos feos que picaban en su barriga!
—¡Mamá! –gritó–. ¡Mamá, mamá, mamá! –corrió a la cocina donde estaba su madre.
—¿Qué pasa, cariño? –su madre respondió tiernamente al ver a Pepe aterrorizado.
—¡Mirá esto! –Pepe le mostró inmediatamente sus ampollas piconas.
—Ay, no –su madre se preocupó–. Parece que tenés varicela.
—¿Varicela? –Pepe ya conocía un poco sobre la varicela. Lo había leído en un libro.
—¡Nooooooooo! ¡No, no, no! –Pepe estalló en lágrimas–. ¡Ahora no! ¡Ahora no! Por favor… ¿Por qué ahora? –sus sollozos llenaron la cocina.
Como había leído sobre esta enfermedad, Pepe supo que no le iba a ser posible participar en el campamento. Primero, necesitaba descansar y lidiar con la picazón de sus ampollas, y también, como la enfermedad era altamente contagiosa, no quería pasársela a otros.
Pepe se fue a su cuarto con lágrimas enormes en sus mejillas. No podía hacer nada al respecto. Tenía varicela, y eso era un hecho. Toda esa planificación para el campamento, y de repente, todos esos planes se esfumaban, se convertían en nada. ¡Nada!
Al anochecer, Pepe no se sentía bien. Se puso el pijama y se fue a dormir temprano.
A la mañana siguiente, al despertar, sintió miedo: —¿Será horrible tener varicela? ¿Y si me muero de esto? –el cuerpo de Pepe se tensó, y el niño tembló de terror.
Entonces, Pepe recordó un versículo de la Biblia que había memorizado y lo dijo en voz alta para que la oscuridad y el miedo no lo vencieran: —Protegeme, pues te soy fiel. Vos sos mi Dios; ¡salvá a este siervo tuyo que en vos confía! (Salmo 86:2)
El Espíritu Santo susurró en el corazón de Pepe: —Es a Dios todopoderoso al que debés temer–. Y luego se hizo visible y añadió: —¡Y no a la varicela!
Pepe estaba aturdido. ¡Qué entrada hizo el Espíritu Santo!
—¡Hola, Pepe! –El Padre y el Hijo también se hicieron visibles.
—Así que, parece que tendrás picazón por un par de días… –Jesús se puso triste. La cara de Pepe estaba ahora llena de ampollas.
—¡Quería ir al campamento! ¿Por qué cambian las cosas en la vida? –Pepe se quejó.
El Padre intervino: —¡Jesucristo nunca cambia! Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre. (Hebreos 13:8)
—Sí –añadió Jesús–. Las cosas pueden cambiar en la vida, pero yo nunca cambio…yo soy el mismo siempre. El mundo puede desmoronarse a tu alrededor, Pepe, pero yo siempre estoy aquí, siempre soy el mismo, siempre te amo sin importar lo que pase. Podés confiar en eso. Podés aferrarte a esa verdad.
—Qué seguridad tan reconfortante, ¿verdad? –el Espíritu Santo llenó a Pepe con la paz y la estabilidad de Jesús.
—Pero ¿por qué yo, Dios? ¿Por qué me dio varicela? ¿No te soy lo suficientemente fiel? –Pepe se quejó.
—Ay Pepe, Pepe… –dijo el Padre–. No siempre te daremos las razones por las cuales permitimos que las cosas sucedan. Sólo tenés que confiar en nosotros. ¡Te amamos profundamente, más de lo que te podás imaginar! Siempre estamos con vos, incluso cuando sentís que no estamos cerca, ¡sí lo estamos! En caso de duda, comprobalo en nuestra Palabra…
—¡La Biblia! –interrumpió Pepe.
—Sí, la Biblia… –el Padre le sonrió con orgullo y luego continuó: —Descubrirás allí que no guardamos silencio durante tus dolores y penas.
—Eh, leé el Salmo 23… –el Espíritu Santo le guiñó un ojo a Pepe.
Jesús miró amorosamente a Pepe a los ojos y añadió: —Tenemos el control de todo, no te preocupés, ¿de acuerdo?
Pepe se quedó quieto durante unos segundos. Estaba asombrado por su Dios magnífico y poderoso…pero de repente, varios pensamientos saltaron a su cabeza y se quejó: —¿Me voy a aburrir aquí en casa? ¿Qué debo hacer? ¿Va a ser dolorosa la varicela? ¡Debería haber sido yo el que va a acampar, ya que he sido yo el que ha leído sobre cómo encender una hoguera y sobre todo tipo de cosas al aire libre! ¡Los niños no querrán jugar conmigo luego! Los niños se reirán de mí y de mis ampollas, es decir, si no me muero primero –Pepe se volvió sarcástico.
El Espíritu Santo le dijo suavemente a Pepe: —Confiá de todo corazón en el Señor y no en tu propia inteligencia. Ten presente al Señor en todo lo que hagás, y Él te llevará por el camino recto. (Proverbios 3: 5-6)
Pepe finalmente se rindió: —¡Mi esperanza está en vos, Señor!
—Siempre te proporcionaremos lo que necesités, recordá eso… –los Tres Mosqueteros de plumas azul, amarillo y rojo le soplaron un beso a Pepe mientras se hacían invisibles, llenando el corazón de Pepe de amor y de una asombrosa sensación de seguridad.
Pepe decidió entonces que iba a aprender a tomar un día a la vez. Era una forma de vida menos complicada, y más llena de paz también. Además, el vivir así, le permitirá mostrarle a Dios que confía en Él.
Citas bíblicas relacionadas con el cuento: Job 22:21 Lucas 12:4-5