—¡Qué bonitas son las ovejas! –dijo Pepe en voz alta mientras miraba el rebaño en el campo. Pepe y sus padres se dirigían de visita a la granja de unos parientes. Apenas llegaron, Pepe se bajó del automóvil y corrió para poder ver de cerca todos los animales.
Corrió y corrió, pero no pudo acercarse a ninguno pues le huían. Después de un rato, decidió sentarse bajo un árbol y limitarse a observar a las ovejas. La tarde estaba soleada y cálida, y la brisa agradablemente fresca. De repente, sus ojos se sintieron pesados por el cansancio y estaba a punto de dormirse cuando oyó un “bee-bee” a su lado.
Pepe se volteó y allí estaba el corderito más lindo que había visto en su vida, que se acercaba y se sentaba a su lado. Pepe lo acarició y le dijo: —¡Qué animalito tan tierno y dulce! Se sentía tan cómodo sentado junto al corderito, que después de un rato, el cansancio le venció y se quedó dormido finalmente con el cordero en brazos.
De repente, Pepe vio al corderito atado a un árbol. Su cara mostraba dolor y estaba muy triste. Pepe también se dio cuenta que la cuerda alrededor del cuello lastimaba al pequeño. Y vio luego a un hombre alto y grande con un machete en la mano acercándose al cordero. Cuando el hombre se paró frente al mismo y levantó el machete con la intención de bajarlo de golpe, Pepe gritó: —¡¡¡Noooo!!!
Pepe se dio vuelta, su cabeza golpeó en la raíz de un árbol y despertó. ¡Todo había sido un sueño! Se había quedado dormido con el cordero en brazos. Se dio cuenta que el pequeño ya no estaba con él. Miró a su alrededor, buscándolo, pero no logró verlo por ninguna parte.
—¡Aquí estás Pepe! –dijo su madre con un suspiro de alivio–. Vamos a la casa, se hace tarde y pronto cenaremos.
Pepe no podía levantarse. Lágrimas caían por sus mejillas. Volteó hacia su madre para contarle sobre el corderito que había estado a su lado y sobre su sueño horrible.
—Bueno –dijo la madre–, es un sueño muy triste. Luego, se sentó junto a Pepe en el suelo y lo abrazó.
—Hijo, por alguna razón ese sueño me recuerda al Cordero de Dios –dijo pensativa.
—¿El Cordero de Dios? Pepe estaba confundido.
—Sí –dijo ella mientras le miraba a los ojos–. Sabés que el Cordero de Dios se refiere a Jesús, ¿verdad? Jesús, inocente como un cordero… Él fue el perfecto cordero de sacrificio por todos nuestros pecados. Él es nuestro eterno Salvador, murió por nosotros (en nuestro lugar) cargando toda nuestra maldad. El Hijo de Dios tuvo que morir para que nosotros pudiéramos vivir. Su muerte fue el precio por nuestra redención.
—Mami, recuerdo cómo, en las historias del Antiguo Testamento, los israelitas tenían que sacrificar un cordero sin mancha y sin defectos para limpiar sus pecados –comentó Pepe.
—Así es –dijo su madre–, usaban la sangre de ese cordero para purificarse y también purificar otras cosas, porque la sangre simboliza la vida.
—Mmm –Pepe miró hacia el cielo–, Papá Dios toma en serio el pecado. Pero no lo culpo, ¡el pecado es tan feo con su horrible olor, textura y color! –Pepe puso cara de asco–. No soporto saber que lo tengo. Pobre Dios, ¡es tan santo y tiene que verlo, olerlo y sentirlo en nosotros todos los días!
—Bueno, ¡ahí es donde aparece Jesús, o el Cordero de Dios! –la madre de Pepe dijo alegremente–. Dios Padre ve la pureza de Jesús en nosotros si permanecemos en Él, si lo seguimos, obedecemos y amamos. Sólo tenemos que creer en Jesús como el Hijo de Dios, arrepentirnos de nuestros pecados, y hacer de Jesús nuestro Señor y Salvador. Es así como la sangre que Él derramó en la cruz nos purificará completamente. Debido a este sacrificio, se puede decir que Dios Padre nos ve tan limpios como la sábana más limpia que jamás hayás visto u olido.
—¡Increíble! –exclamó Pepe con una gran sonrisa. Después de un momento de silencio, añadió: —Apuesto a que fue muy duro para Papá Dios ver a su hijo morir de esa manera. Recuerdo haber leído en la Biblia lo duro que fue para Jesús también. Mamá, ¡eso es mucho amor! No sé si alguna vez entenderé esa clase de amor.
—Lo sé hijo, yo tampoco sé si alguna vez lo entenderé, pero estoy agradecida por ese amor y ese regalo increíble –respondió la madre acariciándole tiernamente la cabeza–. Y bueno, debés recordar esto siempre: Dios Padre y Dios Hijo están completamente satisfechos con ese sacrificio. Gracias al mismo, vivimos bajo la maravillosa gracia de Dios y es así como Él nos adopta en su familia. Además, es gracias al Espíritu Santo que podemos recibir este regalo de amor, vida y familia; sólo el Espíritu Santo puede hacer que dicho regalo se haga real en nuestros corazones.
—Estoy de acuerdo –suspiró Pepe–. ¡Es tan difícil, por mí mismo, hacerlo realidad en mi corazón!
La luz de la tarde colorida se desvanecía, y una estrella diminuta se asomó en el cielo con su brillo radiante. Tras un largo silencio, la madre de Pepe añadió con un guiño: —Vamos a la casa… seguro que nos están buscando. Además, me está dando hambre ¿y a vos?
—¡Sí, mucho! –se rió Pepe. Mientras se levantaba del suelo, vio a lo lejos, en una colina, al corderito que había abrazado… ¡estaba vivo y bien! Entonces, para su sorpresa, vio que el cordero llevaba en la cabeza un sombrero de mosquetero con una pluma roja.
—Jesús! –exclamó Pepe alegremente.
Citas bíblicas relacionadas con el cuento: Isaías 53:4-12 Juan 1:29 Apocalipsis 7:17