—Ja, ja, fue muy fácil ayudarle a Miguel a hacer trampa en el examen… y ¡hasta me pagó por eso! ¿Qué hay de malo en hacer trampa? Ambos estuvimos de acuerdo y no le hicimos daño a nadie –se decía Pepe a asimismo mientras hacía fila en la cafetería de la escuela.
Como tenía dinero, Pepe decidió darse un festín durante el almuerzo. Al llegar su turno para ordenar lo hizo con voz autoritaria y fuerte: — Quiero tres pedazos de pizza, mucho puré de papas y una soda grande –Pepe ni siquiera dio las gracias cuando le servían.
Pepe siguió hablando de esa manera a sus amigos por el resto de ese día en la escuela. Se sentía poderoso, y no le importó si lastimaba o no a las personas.
—¿Qué le pasa a Pepe hoy? –preguntó uno de sus compañeros a los demás niños, y otro respondió–: No lo sé. Pero mejor no nos juntemos con él pues está muy malcriado.
Mientras Pepe esperaba a que su papá lo recogiera en la escuela, Silvia (una de sus compañeras de clase) pasó frente a él llevando un montón de libros que había sacado de la biblioteca. De repente, uno de los libros cayó al suelo y Pepe vio que a la niña se le habían salido las lágrimas pero él no se movió de donde estaba: —Estoy muy cansado para recogerlo –pensó–. Además, no tengo ganas de ayudarle. Ese es su problema, son sus libros.
De vuelta en casa, Pepe decidió salir un rato en bicicleta y desobedeciendo a sus padres se dirigió, precisamente, para el lugar al que ellos le habían prohibido acercarse porque se levantaba allí una enorme construcción. —¿Qué me puede pasar? Yo hago lo que yo quiero.
Pepe andaba en su bicicleta sintiéndose el centro del mundo, cuando de repente: —¡Aaaaaaaaaaaahhhhhhhh! –gritó lleno de pánico. Había caído en un gran hueco oscuro, parte del trabajo de excavación profunda que estaban haciendo allí.
Todo su cuerpo estaba adolorido después de golpearse en el suelo al caer en el fondo. Su bicicleta estaba arruinada. No se podía mover y, en su dolor, empezó a darse cuenta que su corazón estaba tan oscuro como el hueco en que se encontraba. Respiró profundamente y finalmente exclamó: —¿Qué he hecho? ¡Me he portado muy mal hoy!
Mientras un sentimiento de vacío, miedo, y soledad empezó a apoderarse en todo su ser, una voz muy dulce lo empezó a llamar: —¡Hola! ¡Hola! ¡Pepe!
La voz traía consigo una luz muy linda y brillante que iluminó la oscuridad donde estaba Pepe. Los Tres Mosqueteros estaban con él.
—Están aquí –Pepe estaba sorprendido y también aliviado de verlos.
—Siempre estamos con vos, Pepe –respondieron los tres al mismo tiempo.
—Increíble, están conmigo hasta en mis momentos más oscuros –Pepe se sintió avergonzado y entre sollozos agregó–: Lo lamento, no he seguido hoy algunos de los consejos que ustedes me han dado a través de la Biblia.
—Bueno, ahora sabés que la libertad que Dios te ha dado para actuar afecta profundamente a otros y también a vos –habló el Espíritu Santo.
—Sí –fue lo único que Pepe pudo decir. Luego pensó por un rato y agregó: —Entonces, todo lo que quieren que yo haga, o no haga, es para que yo sea mejor y para que también pueda vivir en la luz hermosa, llena de paz y alegría de ustedes, ¿verdad?
—Y también para hacer visible a todos el Reino de Dios –añadió alegremente Jesús.
—¡Estás aprendiendo, Pepe! –sonrió el Padre–. Por el amor que te tenemos es que te damos consejos y te guiamos.
—Pero me he dado cuenta que mucha gente se comporta de la forma en que yo lo hice hoy, y además piensan que ¡es genial! –interrumpió Pepe.
—Entre más profundo tengás a Dios en tu corazón, más irás pensando y te irás comportando como nosotros Mosqueteros –dijo Jesús.
Pepe todavía se sentía triste y avergonzado.
—No estés triste, y no te preocupés más –le dijo el Espíritu Santo–. Te has arrepentido y Jesús ha limpiado tu corazón. Él tomó todos los pecados en la cruz.
Pepe entonces se volteó hacia Jesús con una expresión llena de alegría y agradecimiento, y supo dentro de sí mismo que tenía que cambiar su comportamiento. De repente, empezó a oir voces que venían de lejos: —¡Creo que está aquí! ¡Sí, lo vi andando en bicicleta en esta área! ¿Creen que cayó en uno de estos huecos que están excavando? ¡Pepe, Pepe! ¿Dónde estás?
Pepe miró a los Tres Mosqueteros y en ese momento se dio cuenta que ellos habían hablado a los corazones de sus amigos para que vinieran a rescatarlo.
—¡Aquí estoy! ¡Aquí estoy! –gritó Pepe de vuelta a sus amigos desde el fondo del hueco, y dejó que la luz de Dios lo abrazara.
Citas bíblicas relacionadas con el cuento: Mateo 19:17 Romanos 12:2 Isaías 48:17