¡Buuum! ¡Cataplún!
Un sonido terrible llamó la atención de Pepe cuando estaba tomando una merienda en la cocina de su casa.
Luego oyó el alarido de una mujer: —¡Alguien, por favor… ayude aquí! –Y también el grito de un hombre: —¡Llamen a una ambulancia!
Se escuchaban voces por todas partes…
—¿Qué debe estar pasando? –se preguntó Pepe mientras corría fuera de su casa para ver lo que estaba sucediendo.
Cuando salió, Pepe vio el carro de la mamá de Katie con el frente hecho pedazos y lleno de humo. Katie era su vecina y una de sus mejores amigas, y parecía que la mamá de Katie acababa de tener un accidente. Después de un ratito, Pepe notó una ambulancia, caras preocupadas, y gente llevando a la ambulancia a la mamá de Katie, quien parecía tener mucho dolor.
—¡No puede ser! Katie ni siquiera está aquí pues fue a visitar a sus tíos –un dolor muy grande se apoderó del niño. Y de repende, el día brillante y soleado de verano se convirtió en un día oscuro y triste para él. Pepe sentía un pesar muy grande y no sabía qué hacer. Se sentó en el césped y se echó a llorar.
—¿Por qué estás tan triste, niño? –Pepe oyó que una voz llena de mucho amor le preguntaba.
—¿No se ha dado cuenta? La mamá de Katie está herida, y Katie no lo sabe –Pepe contestó con sus ojos cerrados, tratando de contener sus lágrimas.
—¿Por qué no me llamaste? ¿Por qué no pediste mi ayuda? –dijo la voz llena de amor.
—Y, ¿quién es usted? –Pepe seguía llorando con su cabeza baja, mirando la hierba.
—Soy Dios –le contestó la voz.
—¿Qué? –Pepe levantó la cabeza y miró hacia todos lados–, ¿dónde está? No lo encuentro.
—Estoy aquí, cerca de vos… y también dentro de vos –había mucha dulzura en la voz.
De repente, Pepe vio tres caras; o más precisamente, ¡vio a tres mosqueteros!
—¡Pero si ustedes son tres personas con sombreros muy divertidos! –Pepe sonrió un poco.
—Bueno, somos tres en uno, o uno en tres: Padre (ese soy yo, el de la pluma amarilla en el sombrero), Hijo (el de la pluma roja), y Espíritu Santo (el de la pluma azul) –explicó el Padre.
Pepe estaba muy confundido. Se le notaba en su cara.
—Sí, sí… lo sé –dijo el Hijo, cuyo nombre es Jesús–, es muy difícil de entender. Sabés, yo también viví como hombre aquí en la tierra, y estoy muy consciente de que las cosas espirituales pueden llegar a ser muy confusas algunas veces. Pero, concentrémonos ahora en vos… no estás muy bien, ¿verdad?
—No, no lo estoy –dijo Pepe–. Pero estoy muy contento de que estén aquí. ¡Me tranquiliza!
—Siempre estoy aquí gracias a mi querido Hijo, Jesús –dijo el Padre–. A través de Él, siempre me podés tener cerca, siempre me podés alcanzar.
Pepe tenía una idea de Dios debido a las historias en la Biblia, y también por sus visitas a la iglesia. Sin embargo, ahora que Dios estaba frente a él y usando tres sombreros bien cómicos se sentía tan agobiado que preguntó lo primero que se le vino a la cabeza: —Bueno, ¿y qué es eso de que cada uno de ustedes usa una pluma de diferente color?
—¡Ja, ja! ¿No te parece formidable? Fue mi idea –respondió el Espíritu Santo–. Es para que la gente pueda distinguirnos más fácilmente; quiero decir, distinguir las tres personas en un solo Dios: el amarillo es para el Padre, el creador del cielo y la tierra, de todo lo visible e invisible, Él es la luz en la oscuridad; el rojo es para Jesús, quien al morir y sangrar en la cruz ha permitido que la gente viva en el reino de luz del Padre, o el Reino de los Cielos (¡que por lo tanto ya está aquí!); y el azul es para mí. Soy como un río que fluye alrededor tuyo y dentro de vos también: guiándote, hablándote, ayudándote a descubrir cosas, o dándote poderes sobrenaturales cuando estés agobiado por las dificultades que se te presentan, o cuando necesités llevar a cabo lo que Dios quiere de vos. Yo soy el que te apunta hacia Jesús y al Padre.
—¿Poderes sobrenaturales? ¡Fantástico! –a Pepe se le levantó el ánimo–. ¿Cómo obtengo los poderes? Y, ¿cómo hago, Dios, para verte más frecuentemente?
—Manteneme siempre en tu corazón, Pepe –respondió Jesús–. Te amo tanto, que conmigo en tu corazón, cualquier cosa (más grande de lo que te podás imaginar) puede suceder. Te lo prometo.
—Ajá –el Espíritu Santo intervino–, sin este mosquetero de pluma roja en tu corazón me es muy difícil hablarte o darte poderes supernaturales. Es como si yo no existiera para vos.
Pepe estaba maravillado, y su cabeza daba vueltas en todas direcciones. También se sentía muy amado. Luego se le vinieron a la cabeza otras preguntas: —¿Tienen espadas y caballos? ¿Tienen… ?
El niño se estaba distrayendo tanto del accidente, que el Padre intervino suavemente: —Pepe, ¿querés que Dios te ayude con algo? ¡Somos tres mosqueteros a tu disposición!
Pepe se acordó inmediatamente del accidente de la mamá de Katie y su corazón empezó a doler terriblemente de nuevo. Y, después de un momento de silencio, habló: —Querido Padre, ¿podrías hacer que la mamá de Katie se cure y venga rápido a la casa? ¿Por favor?
—Ejem, ejem… –el Espíritu Santo llamó la atención de Pepe.
—¿Qué? –le susurró Pepe.
—¿No se te está olvidando algo? –el Espíritu Santo le susurró de vuelta dirigiendo su mirada hacia el mosquetero con la pluma roja.
—Mmmm –Pepe pensó por un momento, y luego, recordando que sólo podía alcanzar o llamar al Padre a través de su Hijo añadió: —Ay, Padre, ¿podrías hacer lo que te pedí en el nombre de Jesús?
Jesús y el Padre le sonrieron con mucho amor, y Pepe sintió una gran paz. También supo en ese momento y en su corazón que no importa lo que sucediera, todo iba a estar bien. Después, se volteó hacia el Espíritu Santo con una risa juguetona: —Por cierto… ¡vos hablás mucho, mosquetero de la pluma azul!
—¡Eso es precisamente lo que siempre hago! –dijo alegremente el Espíritu Santo.
Citas bíblicas relacionadas con el cuento: Mateo 28:18-20 Juan 15:26 Juan 14:6